Trato a tu ángel de la Cuarda

CLASE 3: Contactando a tu Ángel de la Guarda | Armonia del Alma



Procura ser delicado y atento con tu ángel.

Al levantarte por la mañana, dale los buenos días a Jesús, a María y a tu ángel custodio, que ha estado toda la noche a tu lado y ha estado orando por ti. De vez en cuando, dale la alegría de ofrecerle alguna flor espiritual: un sacrificio, el rezo del Rosario, hacer un pequeño servicio.

También puedes ofrecer alguna misa o comunión en su honor y en honor de todos los ángeles de tus antepasados, que son parte de tu familia. Puedes pedirle al ángel que visite a tus familiares ausentes para darles un mensaje o su bendición. Cuando estén enfermos, que vaya a su cabecera y se preocupe de que todo vaya bien. Incluso puedes pedirle que se asocie a todos los ángeles de la familia para que ayuden al enfermo, especialmente, cuando lo estén operando o cuando se encuentre en algún momento de peligro o dificultad.

Siempre es bueno que, al hablar con alguien, pensemos en su ángel y lo saludemos, pues, aunque la persona no sea muy buena, su ángel sí lo es. Cuando vayas de viaje, invoca al ángel del chofer y de los compañeros de viaje para que todo vaya bien y alejen todo poder del maligno. Si eres profesor, invoca al ángel de tus alumnos. Si vas a dar una charla, homilía o conferencia, invoca a los ángeles de los asistentes.

(P. Ángel Peña)

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San Pío de Pietrelcina, el sacerdote de los estigmas, tenía una relación muy cercana con su ángel de la guarda.

Aquí 5 hechos que, según la tradición, tal vez no sabías del Padre Pío y su ángel guardián.


1. Creía que todos podían verlo
La Obra de los Santos Ángeles –asociación católica que propaga esta devoción y cuyos estatutos han sido aprobados por la Santa Sede– indica que desde pequeño, el P. Pío comenzó a tener visiones de su ángel guardián, Jesús y María. Su madre llegó a decir que él pensaba que todo el mundo podía verlo.


2. Juntos contra el demonio
En ocasiones, el demonio manchaba con borrones las cartas que le llegaban de su confesor y siguiendo el consejo de su ángel custodio, el santo rociaba con agua bendita las misivas antes de abrirlas y así podía leerlas.

“El compañero de mi infancia intenta suavizar los dolores que me causan aquellos impuros apóstatas acunando mi espíritu como signo de esperanza” (Carta. I,321), destacaba el santo sacerdote.

No obstante, cierta vez el Padre Pío estaba siendo golpeado por el diablo y llamó varias veces en voz alta a su ángel de la guarda, pero fue inútil. Más adelante, cuando el ángel se apareció a consolarlo, el Padre Pío enojado le preguntó por qué no había acudido en su ayuda.

El ángel le contestó: “Jesús permite estos asaltos del diablo porque su compasión te hace agradable a Él y Él quisiera que te le asemejaras en el desierto, en el jardín y en la cruz” (Carta I, 113).


3. Traducía las cartas
Si recibía alguna carta escrita en francés, el ángel custodio fungía de traductor. Una vez el Padre Pío escribió: “si la misión de nuestro Ángel Custodio es importante, la del mío es ciertamente más amplia, porque debe hacer también de maestro en la traducción de otras lenguas” (Carta I, 304).


4. Lo despertaba y rezaba con él
El santo fraile capuchino escribió: “Por la noche, al cerrárseme los ojos, veo bajarse el velo y abrirse delante el paraíso; y, confortado con esta visión, duermo con una sonrisa de dulce felicidad en los labios y con una gran tranquilidad en la frente, en espera de que mi pequeño compañero de mi infancia venga a despertarme y, de esta forma, elevar juntos las laudes matutinas al amado de nuestros corazones” (Carta I, 308).


5. Hablaba con otros ángeles de la guarda
“Si me necesitas –solía decir el santo a sus hijos espirituales–, mándame tu ángel custodio”.

Cierto día el fraile capuchino Alessio Parente se acercó al Padre Pío con algunas cartas en la mano para hacerle unas consultas, pero este no pudo atenderlo.

Más adelante, el sacerdote de los estigmas lo llamó y le dijo: “¿No has visto todos aquellos ángeles que estuvieron aquí alrededor de mí? Fueron los Ángeles de la Guarda de mis hijos espirituales que vinieron a traerme sus mensajes. Tuve que darles las respuestas rápidamente”.

El Padre Pío de Pietrelcina siempre reconoció y agradeció la función de “mensajero” del Ángel de la guarda y por ello recomendaba su devoción.

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SAN BERNARDO (1090-1153) 
recuerda a sus monjes en la Regla que, cuando rezan el Oficio divino, lo hacen en la presencia de Dios y de los ángeles. En otro lugar dice: "Seamos devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios, correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos... Somos como menores de edad y nos queda por recorrer un camino largo y peligroso, pero nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan excelsos. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados y, menos aún, pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos ¿Por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos y viviremos así a la sombra del Omnipotente" (Sermo 12).

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La BEATA ÁNGELA DE FOLIGNO (1250-1309)
 era una mujer muy bella, rica y noble, bien casada, que tuvo siete hijos. Poco a poco, fueron muriendo su esposo y sus hijos, y ella, con 40 años, decide dedicarse totalmente al Señor, distribuyendo sus bienes a los pobres. Fue una santa mística, que recibió las llagas de Cristo, que llegó al matrimonio espiritual y tuvo éxtasis frecuentes. Estuvo 12 años sin comer ni beber, sólo recibía la comunión. En su libro de "Visiones e instrucciones" habla de la visión frecuente de los ángeles. Dice: "Si no lo hubiese sentido, no habría creído que la vista de los ángeles fuese capaz de dar tanta alegría".

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SANTA GERTRUDIS (✝1334) 
cuenta que un día se sintió inspirada a ofrecer la comunión en honor de los nueve coros de ángeles. Y Dios permitió que viera cuán felices y agradecidos estaban por este acto de amor hacia ellos. Ella nunca hubiera podido soñar que podría darles tanta alegría.

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SANTA JUANA DE ARCO (1412-1431),
la heroína francesa, cuando le preguntaron sus jueces sobre los ángeles, respondió: "Muchas veces los he visto entre las personas".

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SANTA FRANCISCA ROMANA (1384-1440)
 tuvo la gracia de ver continuamente junto a sí a su ángel custodio durante 34 años. Lo veía de noche y de día. El ángel irradiaba una luz celestial que iluminaba la habitación para que pudiera recitar de noche el Oficio divino y atender otros menesteres de la casa. Lo veía a su derecha, estuviera en casa, en la Iglesia o por la calle. Si alguien hacía algo malo en su presencia, se tapaba la cara con las manos. Era tan grande la luz que irradiaba que no lo podía mirar de frente, sino cuando oraba, cuando era tentada por los demonios o cuando hablaba con su confesor de su celeste protector. Tenía la figura de un niño de 10 años, cubierto con un hábito blanco o túnica que le llegaba hasta el talón, dejando al descubierto sus pies desnudos, con el rostro mirando al cielo y las manos cruzadas ante el pecho y los cabellos esparcidos sobre la espalda en rizos de oro.

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SAN FRANCISCO JAVIER (1506-1552) 
escribía en una carta a sus hermanos de Goa: "He puesto mi confianza en Jesucristo, en la Virgen María y en los nueve coros de los ángeles, entre los que he 22 elegido como protector y campeón de la Iglesia militante a San Miguel; y no espero poco del arcángel, a cuyo cuidado se ha encomendado este gran reino del Japón. Cada día me encomiendo a él y a todos los ángeles custodios de los japoneses". Era muy devoto de su ángel.

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SANTA TERESA DE JESÚS (1515-1582)
 tuvo muchas visiones de ángeles y escribe: "Vi un ángel cabe mí en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla... No era grande sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan, deben ser de los que llaman querubines... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro, me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarlo me parecía que las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios" (Vida 29,13).

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SAN FRANCISCO DE SALES (1567-1622) 
antes de predicar un sermón pasaba su vista por todos los asistentes, pidiendo a sus ángeles que dispusieran debidamente sus almas para escuchar sus palabras. A esto atribuía el gran efecto de sus sermones para convertir pecadores.

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STA MARGARITA Mª DE ALACOQUE (1647-1690) 
escribe en su Autobiografía: "Tenía la dicha de gozar frecuentemente de la presencia de mi ángel custodio y de ser también frecuentemente reprendida por él... No podía tolerar la menor inmodestia o falta de respeto en la presencia de mi Señor sacramentado, ante el cual lo veía postrado en el suelo y quería que yo hiciese lo mismo... Siempre lo encuentro dispuesto a asistirme en mis necesidades y nunca me ha rehusado nada que le haya pedido... Un día Jesús me dijo: Hija mía, no te aflijas, pues quiero darte un custodio fiel que te acompañe a todas partes y te asista en todas tus necesidades exteriores e interiores, impidiendo que tu enemigo se aproveche de las faltas en que crea que te ha hecho caer por sus sugestiones...

Tal fuerza me comunica esta gracia que parece que ya nada tengo que temer, porque este fiel custodio de mi alma me asiste con tanto amor que me libra de todas esas penas... Cuando el Señor me visitaba, no veía ya a mi ángel. Le pregunté la causa y me dijo que, durante todo ese tiempo, estaba él postrado con profundo respeto, rindiendo homenaje a su grandeza infinita 23 que se abajaba hasta mi pequeñez; y, en efecto, así lo veía, cuando mi divino Esposo me favorecía con sus amorosas caricias". (Memoria a la M. Saumaise).

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 La beata ANA CATALINA EMMERICK (1774-1824) 
dice: "Mi ángel me acompaña con frecuencia; unas veces, va delante de mí; otras, a mi lado. Siempre está silencioso o reposado y acompaña sus breves respuestas con algún movimiento de la mano o con alguna inclinación de cabeza. Es brillante y transparente; a veces, severo o amable. Sus cabellos lisos, sueltos y despiden reflejos. Lleva la cabeza descubierta y viste un traje largo y resplandeciente como el oro. Hablo confiadamente con él y me da instrucciones. A su lado siento una alegría celestial... He visto, en ocasiones, ángeles sobre comarcas y ciudades protegiéndolas y defendiéndolas".

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SAN ANTONIO MARÍA CLARET (1807-1870)
 escribe en su Autobiografía que el 21 de setiembre de 1839, al llegar a Marsella para embarcarse para su viaje a Roma, se le presentó un caballero que "estuvo conmigo tan fino, tan atento, tan amable y tan ocupado de mí, durante aquellos cinco días, que parecía que un gran Señor le enviaba para que me cuidara con todo esmero. Más parecía ángel que hombre: tan modesto, tan alegre y grave al mismo tiempo, tan religioso y devoto, que siempre me llevaba a los templos, cosa que a mí me gustaba mucho. Nunca me habló de entrar en ningún café ni cosa semejante, ni jamás le vi comer ni beber". ¿Sería su ángel? Él mismo nos dice también que, durante las muchas persecuciones que padeció de sus enemigos, conocía visiblemente la protección de la Santísima Virgen y de los ángeles y santos. "La Santísima Virgen y sus ángeles me guiaron por caminos desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaron a puerto seguro sin saber cómo" (c. 31).

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SANTA CATALINA LABOURÉ (1806-1876)
 tuvo la suerte de ver a su ángel bajo la figura de un niño, que la despertó en la noche del 18 de julio de 1830. Era bellísimo, vestido de blanco y hablaba con una voz celestial, y le dice: "Vete a la capilla, pues allí te espera la Bienaventurada Virgen María, yo te acompaño". Se viste rápidamente y sigue al ángel a la capilla. A su paso, las lámparas se encienden automáticamente y las puertas se abren. Al llegar a la capilla, estaba ya iluminada. Cuando aparece María, ella va a refugiarse en su regazo y siente una alegría de cielo. María, entre 24 otras cosas le dice, señalándole el sagrario, que, cuando tenga problemas, acuda a Jesús sacramentado.

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SAN JUAN BOSCO (1815-1888)
 les decía a los jóvenes: "El ángel custodio tiene más deseo en ayudaros que vosotros en ser ayudados por él... En toda aflicción acudid a él con confianza y él os ayudará". Habla en su Autobiografía del caso extraordinario de un perro, que se le apareció durante 30 años y nunca le vio comer. Tenía figura de lobo y una altura de un metro y le llamaba Gris, quien le salvó de muchos peligros de muerte. Él creía que se trataba de su ángel custodio. Dice, por ejemplo: "Una tarde oscura y algo tarde ya, volvía a casa solo, no sin algo de miedo, cuando veo junto a mí un gran perro que, a primera vista, me espantó. Pero, al no amenazarme con actos de hostilidad, sino haciéndome mohines como si fuera yo su dueño, nos pusimos pronto en buenas relaciones y me acompañó hasta el Oratorio. El mismo hecho se repitió otras muchas veces, de modo que puedo decir que Gris me ha prestado importantes servicios... Nunca me fue dado conocer el dueño y fue para mí una verdadera providencia en los muchos peligros en que me encontré".

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SANTA GEMA GALGANI (1878-1903) 
escribe en su Diario: "Jesús no me deja estar sola un instante, sino que hace que esté siempre en mi compañía el ángel de la guarda... El ángel, desde el día en que me levanté, comenzó a hacer conmigo las veces de maestro y guía; me reprendía siempre que hacía alguna cosa mal y me enseñaba a hablar poco". A veces, el ángel le amenazaba de no hacerse ver más, si no obedecía al confesor en todo. Y le llamaba seriamente la atención, cuando hacía algo mal y la corregía constantemente para que fuera perfecta en todo. En ocasiones, le daba ciertas normas: "Quien ama a Jesús, habla poco y soporta mucho.

 Obedece puntualmente y en todo al confesor sin replicar. Cuando cometas alguna falta, acúsate de inmediato y pide disculpas. Acuérdate de guardar tus ojos y piensa que el ojo mortificado verá las maravillas del cielo" (28 de julio de 1900). Muchos días, cuando se despertaba por la mañana, lo encontraba cuidándola a su lado, la bendecía y desaparecía de su vista. Y le insistía mucho en que "el camino más corto y verdadero (para llegar a Jesús) es el de la obediencia" (9-8-1900).

Un día le dijo: "Yo seré tu guía y tu compañero inseparable". 25 El ángel le dictaba cartas: "Muy pronto escribiré a la M. Josefa, pero necesito esperar a que venga el ángel de la guarda y me la dicte, porque yo no se qué decirle". Le escribía a su director: "Después de su partida he quedado con mis queridos ángeles, pero sólo dos, el suyo y el mío, se dejan ver. El suyo ha aprendido a hacer lo que hacía usted. Por la mañana viene a despertarme y por la noche me da su bendición... Mi ángel me abrazó y me besó muchas veces... Él me levantó del lecho, me acarició tiernamente y besándome me decía: Jesús te ama mucho, ámale tú también. Me bendijo y desapareció...

 Después de comer me sentí mal, entonces el ángel me trajo una taza de café al que echó unas gotas de un líquido blanco. Estaba tan rico que, inmediatamente, me sentí curada. Después me hizo descansar un rato. Muchas veces, le hago pedir permiso a Jesús para que esté en mi compañía toda la noche; va a pedírselo y vuelve, no abandonándome, si Jesús le autoriza, hasta la mañana siguiente" (20-8-1900). El ángel le hacía de enfermero y le llevaba cartas al correo. "La presente, le escribe a su director, el Padre Germán de San Estanislao, se la entrego a su ángel custodio, que me ha prometido entregársela, haga usted otro tanto y se ahorra unos céntimos...

El viernes por la mañana expedí una carta por medio de su ángel custodio, que me prometió llevársela, así que supongo la habrá recibido. La tomó él con sus propias manos". A veces llegaban a su destino en la boca de un pajarito, como lo vio su director, que escribe: "Ella le daba encargos a su ángel para el Señor, la Santísima Virgen y sus santos protectores, entregándole cartas cerradas y selladas para ellos con el encargo de traerle la contestación, que efectivamente llegaba... ¡Cuántas veces estando hablando con ella y preguntándole, si su ángel estaba en su puesto para hacerle guardia, Gema dirigía con encantadora desenvoltura la mirada hacia el lugar y, mirándole, quedaba extasiada y sin sentidos todo el tiempo que lo contemplaba!". SOR

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PADRE PÍO (1887-1968) 
tiene innumerables experiencias con su ángel custodio y recomendaba a sus hijos espirituales, que, cuando tuvieran problemas, le enviaran su ángel. En una carta a su confesor llama a su ángel "el pequeño compañero de mi infancia". Al terminar sus cartas solía escribir: "Salúdame a tu angelito".

Al despedir a sus hijos espirituales, les decía: "Que tu ángel te acompañe". A una de sus hijas espirituales, le decía: "¿Qué amigo puedes tener más grande que tu ángel custodio?". Cuando le llegaban cartas en francés o en otras lenguas desconocidas para él, el ángel las traducía. Si estaban manchadas de tinta e ilegibles (por causa del demonio) el ángel le decía que echara agua bendita y quedaban legibles. Un día, el inglés Cecil Hunpherey Smith tuvo un accidente y quedó gravemente herido. Un amigo fue al correo y envió un telegrama al Padre Pío para pedirle oraciones por él. En ese momento, el cartero le entregó un telegrama del Padre Pío, donde le aseguraba sus oraciones por su curación. Cuando se curó, fue a ver al Padre Pío y le agradeció sus oraciones y le preguntó cómo había sabido del accidente. El Padre Pío después de una sonrisa dijo: "¿Piensas que los ángeles sean tan lentos como los aviones?".

Durante la segunda guerra mundial, una señora dijo al Padre Pío que estaba preocupada, porque no tenía noticias de su hijo, que estaba en el frente de batalla. El Padre Pío le dijo que le escribiese una carta. Ella respondió que no sabía a dónde escribir. "En eso pensará tu ángel custodio", le contestó él. Escribió la carta, poniendo en el sobre solamente el nombre de su hijo y la dejó en su mesita de noche. A la mañana siguiente, no estaba allí. Después de 28 15 días, recibió noticias de su hijo, respondiendo a su carta.

Y el Padre Pío le dijo: "Agradece ese servicio a tu ángel". Otro caso muy interesante le ocurrió a Atilio de Sanctis el 23 de diciembre de 1949. Debía ir de Fano a Bolonia en su coche Fiat 1100 con su mujer y dos hijos para recoger a su hijo Luciano, que estaba estudiando en el colegio "Pascoli" de Bolonia. Al regreso de Bolonia a Fano, estaba muy cansado y recorrió 27 kilómetros durmiendo. Dos meses después de este suceso, fue a San Giovanni Rotondo a ver al Padre Pío y le contó lo sucedido. El Padre Pío le dijo: "Tú dormías, pero tu ángel custodio guiaba tu coche". - ¿Lo dice en serio? ¿De verdad? - Sí, tú tienes un ángel que te protege. Tú dormías y tu ángel guiaba tu coche. Un día de 1955, el joven seminarista francés Jean Derobert fue a visitar al Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se confesó con él y el Padre Pío, después de darle la absolución, le preguntó: "¿Crees en tu ángel custodio? - Nunca lo he visto. - Mira bien, está contigo y es muy bello.

Él te protege, rézale, rézale. En una carta dirigida a Raffaelina Cerase el 20 de abril de 1915 le decía: "Raffaelina, cómo me consuela el hecho de saber que estamos siempre bajo la mirada vigilante de un espíritu celeste que no nos abandona jamás. Toma la costumbre de pensar siempre en él. A nuestro lado está un espíritu celeste que, desde la cuna hasta la tumba, no nos abandona ni un instante, que nos guía, nos protege como un amigo y que nos consuela, especialmente, en las horas en que estamos más tristes. Raffaelina, este buen ángel reza por ti, ofrece a Dios todas tus buenas obras, tus deseos más santos y puros. Cuando parece que estás sola y abandonada, no te lamentes de no tener a nadie a quien confiar tus problemas, no te olvides que este compañero invisible está presente para escucharte y para consolarte.

¡Oh feliz compañía!". 29 Un día, estaba rezando el rosario a las 2.30 de la tarde, cuando fray Alessio Parente se le acercó. Le dijo: "Hay una señora que pregunta qué debe hacer en sus problemas". - Déjame, hijo mío, ¿no ves que estoy muy ocupado? ¿No ves todos estos ángeles custodios que van y vienen, trayéndome mensajes de mis hijos espirituales? - Padre mío, nunca he visto un solo ángel custodio, pero lo creo, porque no os cansáis de repetir a la gente que os mande su ángel. Fray Alessio escribió un librito sobre el Padre Pío titulado: "Mándame tu ángel".

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SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
le tenía mucha devoción y le dice en una de sus poesías:

¡Oh glorioso guardián
de mi cuerpo y de mi alma,
que en el cielo estás brillando
lleno de luz y esplendor!
Por mí bajas a la tierra
y me alumbras con tu luz.
Te haces mi hermano y mi amigo,
tú eres mi consolador (PO 40).

¿Eres agradecido con tu ángel?